12m Enrique Radigales

Mil y una veces se han repetido sus palabras y mil y una veces ha continuado su poder evocador, su potencia sugestiva: “Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de absoluta oscuridad. Peligro constante. No es seguro volver con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito”. Es el anuncio que publicó Ernest Shackleton en 1914 buscando voluntarios para su viaje a la Antártida. Unas palabras que capturan todo lo deseado en un viaje, todo lo que las expediciones deberían ser: una experiencia que trascienda lo físico, lo geográfico y que active desafíos íntimos y compartidos. Un descubrimiento no sólo del lugar que se visita sino, sobre todo, un cuestionamiento del punto de partida.

En “12 metros de paisaje”, Enrique Radigales propone un viaje que, aunque en un principio parezca ajeno a las palabras de Shackleton –por su cercanía, por su aparente seguridad-, se ajusta a casi todas sus consideraciones. Una travesía por paisajes inciertos, todos ellos comunes pero también extraños, un viaje que al ser finalizado (si es que los viajes terminan en algún momento) devuelve al expedicionario a un punto desconocido, más aterrador y más excitante que la meta de salida. Una ruta que se extiende por la trayectoria de Radigales para alcanzar a cada uno de sus espectadores.

A través de doce metros de papel Hahnemühle impresos en tinta pigmentada y pintados con acrílico se describe una orografía cuyo perfil remite a una cordillera, compuesto por multitud de imágenes en aparente desorden extraídas de internet al googlelizar la palabra “landscape”: cuadros holandeses del siglo XVII; cartografías pasadas, presentes e incluso futuras; imágenes estereotipadas del turismo trasnacional; topografías; vistas y pinturas renacentistas; retales en forma de píxel de diferente definición; montañas, lagos, ríos, cascadas y otros accidentes naturales; arquitecturas contemporáneas; bosques y campos; mapas atmosféricos; o fotografías inesperadas que cuesta reconocer o ubicar dentro de la categoría “paisaje”. Una obra que se prolonga en una web (proyecto HTML) donde se ven en scrolling diferentes imágenes (y cuya rapidez en la descarga depende del ancho de banda del usuario).

Iván López Munera

No matter how often we may have heard these words before, even after a thousand repetitions their evocative power still lingers in our minds, interminably stirring our sense of wonder: "Men wanted for hazardous journey. Small wages. Bitter cold. Long months of complete darkness. Constant danger. Safe return doubtful. Honour and recognition in case of success”. This was Ernest Shackleton’s recruitment notice asking for volunteers for the Endurance expedition to Antarctica in 1914. Its language vividly encapsulates everything we may ever wish from journeys of/or exploration: an experience that- even beyond the bounds of geography or physical constraints- activates in us the longing for a challenge at once deeply intimate and shared; a concept of discovery that means questioning our own home port, rather than simply arriving at new destinations.

In 12 Metres of Landscape, Enrique Radigales invites us to set out on a journey that seems at first - by virtue of its sense of proximity and its apparent safety- far removed from Shackleton’s advertisement, and yet nevertheless matches its requirements almost to the letter: a crossing through uncharted territories, ordinary yet also uncanny; a passage that upon completion (if such a thing is ever possible) lands the travellers back in a site that has become unknown, and is much more thrilling and terrifying than their point of departure; a route connecting Radigales’ itinerary with each of his viewers.

In twelve metres of Hahnemühle paper printed in pigmented ink, and covered in acrylic paint, an orography is outlined whose contours evoke a mountain ridge formed by the multitude of seemingly random online images you get when you google the search term “landscape”: 17th Century Dutch paintings; cartographies of (or from) the past, the present, or even the future; clichéd depictions of global tourism; topographies; Renaissance vistas and paintings; pixel-shaped fragments at different resolutions; mountains, lakes, rivers, waterfalls and other natural phenomena; contemporary architectures; woods and meadows; maps of the atmosphere; plus an assortment of photographs one would hardly ever place or recognize under the category of “landscape” at all.

Iván López Munuera